Por Nando Vaccaro Talledo - Abril, 2024
Existen variables que debemos ponderar a la hora de elegir qué leemos,
dónde leemos y cómo leemos. El entrañable Marco Aurelio Denegri solía
recordarnos que el estado natural del cerebro es de desatención, y que, como
manifestaba Sartori, vivimos bajo la dictadura de la “imago”, en plena
videocracia; y eso lo dijo el autor italiano hace varios lustros, cuando la
televisión era la figura central en los hogares: ¿qué diría ahora con la
colonización mental por parte de los celulares y la intrusión de la
inteligencia artificial?
Diversas investigaciones científicas revelan que leer en formato impreso
ayuda a la compresión, en cuanto a la velocidad de lectura y a la profundidad
de análisis, y sobre todo si se realiza bajo presión. Asimismo, señalan que la
lectura en papel causa menor fatiga mental y visual (un factor a favor del
libro impreso que siempre ha subrayado Humberto Eco). Es decir, desde el
aspecto fisiológico es más recomendable leer un libro impreso que uno digital, mejor
aun para los libros de largo aliento. No menos cierto es que los dispositivos
digitales de lectura como ipads, tablets, laptops o los
mismos celulares pueden albergar una cantidad impresionante de textos y obras,
que ocuparían un amplio lugar de la sala o nuestra habitación. En general, es
más económico comprar libros digitales que libros impresos, y en muchos casos
las descargas son gratuitas.
Foto: https://miexamendeservicos.blogspot.com |
Sin embargo, de acuerdo con el portal web PsicoDon, existe un
estudio que se encargó de observar la actividad cerebral de un grupo control
mientras leían, y reveló que durante la lectura de un libro impreso hay más
probabilidad de actividad en la corteza prefrontal media y la corteza
cingulada, encargadas de procesar las emociones. Por su parte, en su libro Superficiales:
¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?, el periodista
estadounidense Nicholas Carr plantea que la exposición a las pantallas está
mermando nuestra capacidad de lectura y comprensión.
En esa línea, Francisco Albarello, docente universitario argentino,
corrobora que sus estudiantes leen más y mejor sobre formato impreso. Sin
embargo, no demoniza la tecnología sino que, como todos los inventos y avances,
considera que lo positivo y negativo de las pantallas digitales no está en su
naturaleza per se, sino en el uso que le damos y las predisposiciones
que tenemos. Un trabajo también trascendente es la obra Nadie acabará con
los libros, de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, quienes, de
manera brillante, exponen a través de un ameno y enriquecedor diálogo los
vericuetos de la apasionante historia de los libros (una exquisitez para todo
bibliófilo).
Foto: https://emowe.com |
Y no es que los libros impresos ocupen más lugar que los virtuales, sino
que ‘verdaderamente’ existen, son asibles y tangibles, se pueden dedicar,
forrar, subrayar con un lápiz y quedarse dormidos con el lector sobre su pecho,
sin que explote o recaliente. No hay riesgo de robo si vamos a un parque o una
plaza a leer Cien años de soledad. Además, si hacemos eso, realmente
leeremos y no estaremos seducidos ni tentados a ver estados, muros, reels
y todos aquellos artilugios de distracción con que han programado las redes
sociales, con algoritmos específicamente diseñados para darle a nuestro cerebro
lo que más le gusta: mayor distracción y menor concentración.
Cuanto más se lee en pantalla hay menos probabilidad de detenerse a
reflexionar en lo que se está leyendo. Y seguramente para lecturas de textos
breves podría nuestro cerebro predisponerse a la atención; pero, pasado un
tiempo, ya querrá distracción porque la pantalla se usa más para esos fines. No
obstante, para efectos de investigación, comparaciones, búsqueda de datos y
ahorro de tiempo, sin lugar a duda la pantalla es más útil y versátil. Pero, no
nos olvidemos de un gran detalle: sea en pantalla o en papel, la lectura
siempre va a demandar atención y concentración.
Los estudios también revelan algo que resulta clave para la promoción y
estímulo de la lectura: los niños son más participativos y se involucran más
con los textos en papel. Y esto por una razón evidente: las generaciones
recientes están codificando sus cerebros con una mirada completamente lúdica y
distractora respecto a los dispositivos electrónicos. Y pese a que neurólogos,
psicoterapeutas y pedagogos advierten sobre el riesgo de exponer a los niños a
los efectos perniciosos de las pantallas (sugieren que no se los exponga en
absoluto a los menores de dos años, y después de esa edad que sea gradual y
siempre con control parental), los padres y familiares ofrecen a sus pequeños
la seducción hipnotizadora de las imágenes en pantalla, de manera indiscriminada
y por tiempos prolongados, creando una ansiosa dependencia y, en muchos casos,
una adicción cibernética, catalogada ya como enfermedad por la Organización
Mundial de la Salud.
Foto: https://enlinea.pe |
Entonces, frente a este escenario, resulta muy complicado y hasta
contraproducente priorizar la lectura en formatos digitales, sobre todo para
niños y adolescentes, pues estos no se concentrarán, y sus cerebros ansiosos
pedirán otras opciones ajenas a la atención y puesta en marcha de la creatividad.
Y esto también es crucial, ya que en plena videocracia las pantallas nos
llevan al sendero de la pasividad mental y merma de la imaginación (por eso el
teatro es una distracción estupenda, porque no nos entrega todo servido como
las series o películas).
Leer un libro impreso, al igual que una cata de vinos, es toda una
experiencia sensorial, que involucra no solo el campo visual, sino el olfativo,
pues cada libro tiene un olor característico; acariciar las portadas, algunas
empastadas y con letras en alto relieve, es una sensación muy sensual. Además,
por supuesto, de contemplar el producto acabado en un libro, que no es un
objeto más descartable sino toda una obra de arte perdurable. Se pueden
coleccionar, pues un libro en un estante no es una cosa inerte sino un alma
vibrante que nos conmueve con su presencia. Igualmente, gracias a los libros
impresos hay presentaciones y ferias, firmas de autógrafos, bibliotecas,
encuentros. Es decir, que el libro impreso contribuye a nuestra condición de
seres sociales y gregarios. Para cerciorarnos de esto último, de que la lectura
es una experiencia multisensorial y social, ¿qué preferiríamos? ¿Que nos
escriban una carta a través de un e-mail, o sentir el papel y los trazos de la
persona querida con su puño y letra? (En cuanto a la escritura, aunque sería
materia de otro artículo, los estudios precisan que es más ágil y rápido tomar
anotaciones en un dispositivo móvil, pero que hacerlo a mano ofrece ventajas a
nivel de conexiones neurológicas).
Hay quienes dirán que los libros impresos son un despropósito para la
naturaleza, pues implica la tala de árboles para elaborar la fibra de celulosa
de madera con la que se hará el papel. Pero, ¿y qué hay del plástico y de todo
el material desechable que consumimos a diario, incluso proveniente del papel y
que podríamos evitar? La producción de libros sostenible se justifica en la
medida en que la lectura de libros impresos favorece a la concentración, a
promover el hábito continuo de la lectura y, además, son “objetos” perdurables.
No hay despropósito ni desperdicio.
Si queremos motivar y promover la lectura en nuestros hijos y entorno, así
como para estimular cualquier otro hábito o actividad, lo mejor que podemos
hacer no solo es hablarles sino guiarlos con el ejemplo. Por eso la madre
Teresa de Calcuta decía: “no te preocupes porque tus hijos no te escuchen; te
observan todo el día”. Leer en familia desde un libro impreso es una de las
mejores maneras de promover el hábito de la lectura, el amor por el
conocimiento, generar un espacio de sinergia y encuentro entre padres e hijos,
y desintoxicarnos de tanto consumo digital.
Y, como todo hábito, al principio será más arduo conseguir una alta
concentración. Por eso, al igual que si fuéramos al gimnasio o empezáramos con
una actividad física, se deberá realizar por breves intervalos, y de una manera
dinámica, intercambiando los roles de lectura en voz alta (con nuestros hijos
que ya leen, y con los que todavía no, permitir que ellos interpreten las
imágenes que acompañan los libros para niños), y progresivamente
aumentar la cantidad de tiempo destinado a la lectura y la dimensión y
complejidad de los textos, procurando que sean del interés de nuestros hijos.
De esta manera lograremos germinar el hábito de la lectura y les daremos el
mejor regalo que un padre pueda entregar: tiempo de calidad, dedicación,
lectura y amor.