martes, 28 de marzo de 2023

PRESENTACIÓN DE "YAN KEN PO" (ANTOLOGÍA DE MICRORRELATOS) - Por Nando Vaccaro T.

Como algunos amores breves y fugaces, que pasan raudos por nuestra vida pero dejan su impronta indeleble, los microcuentos incluidos en Yan ken po son historias que no pasarán desapercibidas para los lectores, pues es tal su consistencia técnica y narrativa, que los escenarios, tramas y personajes confluyen con nuestros sentidos y van calando sigilosamente en nuestra memoria.

Debido a su extensión, muchas personas podrían suponer que escribir cuentos cortos o microrrelatos resulta una tarea fácil; nada más lejos de la realidad. Elegir palabras con minuciosidad, hilvanar líneas precisas y entretejer frases cohesionadas, sintáctica y semánticamente, constituye la labor de un artesano del lenguaje.

A diferencia de los textos de mayor población léxica, un microcuento demanda la precisión de una malabarista. La verosimilitud y el convencimiento para el lector llegan, no por las arduas descripciones de una novela o cuento largo, sino por el simbolismo inmerso en la narración. Este género literario es hijo de la concisión de un cuento y la determinación de un aforismo.

Precisamente estas características, de brevedad y precisión, generan en los lectores la expectativa de quien ha sido insinuado a participar en una escena fugaz, tras lo cual no podemos abandonar la lectura porque necesitamos complementar la propuesta de los escritores, dilucidando los logos y reconstruyendo los significados que fueron esbozados, y que empiezan a nadar en la pecera hechizada de nuestra mente. 

En Yan ken po encontramos un universo temático muy variado y diverso: referencias históricas; intertextualidad; planteamientos morales soterrados;  juego de palabras y palabras en juego. La imaginación discurre entre jaulas sin nubes, mágicos dragones, princesas reales con halitosis y hasta un inca abdicador y fugitivo.

Cada autor tiene, además de su estilo propio, propuestas distintas. Adolfo Flores realiza trueques entre el hombre y los animales, y viceversa; para recordarnos que, al final, todos somos criaturas de la creación. Y si hablamos de creación, José Lalupú recrea pasajes bíblicos y personajes históricos, no solo para instaurar una ucronía  sino también para alertarnos de que el límite entre realidad y ficción es más estrecho de lo que pensamos. Y Antonio Zeta, nuestro maestro del terror, nos sigue perturbando con escenas nocturnas y escalofriantes, que bien podrían estar sucediendo en este mismo momento…


Flores, Lalupú y Zeta ratifican con esta obra que son los tres mosqueteros de la literatura piurana, y me atrevería a decir que también se encuentran muy bien considerados, merecidamente, a nivel nacional (y con proyección de conquistar nuevos territorios). Basta ver sus trayectorias, sus trabajos y publicaciones para coincidir que estamos en presencia de los abanderados de nuestras letras norteñas.

El libro fue presentado hace unos meses en formato virtual, y se puede leer en el siguiente enlace: https://rb.gy/m3f

Esperemos que pronto puedan llevar esta obra a la edición impresa, porque un libro de calidad siempre debe estar al alcance de la mano.

Finalmente, quiero destacar el gran aporte de Yan ken po a la educación, a través del fomento de la lectura, y de ofrecer recursos didácticos para trabajarlos con estudiantes. Además de ser impecables escritores, los autores de esta antología de microrrelatos son educadores, y comprenden mejor que nadie que la lectura y los libros son el sustrato para el desarrollo y la evolución de toda sociedad. 

De izq. a der.: Nando Vaccaro; Adolfo Flores; José Lalupú; Antonio Zeta


domingo, 12 de marzo de 2023

Reseña de la novela LA TREGUA - Por Nando Vaccaro T.

Se podría decir que uno de los mayores gustos en la vida es tener la oportunidad de repetir una experiencia o situación que nos haya generado placer y sensaciones inolvidables. Puede ser un viaje, un reencuentro con viejos amigos, volver a saborear un plato exquisito, vivenciar un  espectáculo emocionante o… ¡Revivir una historia a través de una película o un libro!

Afortunadamente he podido permitirme ese gusto a través de La tregua, del entrañable Mario Benedetti, sinónimo de sencillez y maestría al mismo tiempo, demostrando que no es necesario recurrir a sofisticaciones para lograr una obra de excelencia.

La tregua es una novela que nos permite observar la cotidianeidad de un hombre que, sin proponérselo, intenta rehacer su vida sentimental después de años de haber aprendido bruscamente a andar con la ausencia de un ser amado, y de haber tenido solo experiencias ocasionales, más para satisfacer los apetitos de la carne que para contener las fragilidades del corazón.  

La primera vez la leí hace varios años, cuando vivía en Buenos Aires. Al poco tiempo tuve la oportunidad de conocer Montevideo, y pude recrear mejor las descripciones urbanas que el escritor había hecho de esta capital. Caminar por las calles de una ciudad leída, y de un autor tan querido, es un sueño hecho realidad. Y ahora, con la perspectiva del tiempo, la novela, que no dejó de ocupar un lugar en mi memoria, ha cobrado mayor impulso y otra dimensión, pues, qué duda cabe, no somos los mismos con el paso de los años.

La tregua me permite hacer dos lecturas: una que se intersecta con mis propias vivencias y mi contexto de ciudadano en el 2023; y otra de la estructura narrativa y la psicología y emociones que atraviesan los protagonistas. De la primera tengo el disgusto de saber que ahora necesitamos trabajar más años para jubilarnos (el protagonista de la historia, que transcurre en la mitad del siglo XX, se retira a los 50), aunque, como contrapartida, también es cierto que la expectativa de vida ha aumentado notablemente.  

Del entramado literario puedo –y debo– rescatar la gran sensibilidad de Benedetti para construir personajes que, fácilmente identificables entre el común de ciudadanos “de a pie”, de esos incluso callados y reservados que a primera impresión no tendrían las cualidades para ser “modelos” de prototipos literarios, cobran una notoriedad innegable, precisamente porque no suelen ser tomados en cuenta, pero reflejan las sensaciones, cavilaciones y deseos de la mayoría.

Es por ello que el recurso de haber escrito la novela en primera persona, utilizando el esquema de un diario personal, tiene un efecto contundente en la verosimilitud del relato, porque nos va mostrando la vida de un personaje anodino, un oficinista acostumbrado a su rutinaria agenda, sin episodios de aventura, contradicciones o excesos. Alguien que, lejos de pretender convertirse en un “protagonista de novela”, quiere dejar constancia de sus pensamientos, emociones e interrelaciones, porque uno no es lo que vive o le acontece, sino lo que recuerda y siente. Y en ese transcurrir, el presente, por momentos, se tiñe de pasado a través de los recuerdos y la nostalgia; el presente también se agita de futuro con los planes y la incertidumbre de un devenir deseable pero ajeno a la voluntad y a la capacidad de controlarlo.

La  “trama” no pasa por lo que Martín Santomé (un hombre circunspecto pero con necesarias dosis de sarcasmo) hace o deja de hacer en su trabajo, que al fin de cuentas es para él un simple medio de subsistencia y no una experiencia apasionante (como puede sucederle a muchas personas). En consecuencia, no ve la hora de jubilarse y lanzarse a la conquista de lo más valioso: su tiempo libre.

La pregunta de qué hacer con su tiempo resulta clave, pues a muchos les fascina salir de una rutina y otros no saben cómo invertir su energía en los intervalos sin obligaciones. Pero la vida se nos va, o la muerte se nos acerca, y por momentos se nos concede treguas para ser felices, para degustar la existencia y tener coraje y combustible emocional para sobrellevar los designios de Dios o las embestidas del destino.

Sin embargo, como no somos máquinas que simplemente se prenden, funcionan y luego se apagan, en el medio está el hombre: es decir, un ser humano que siente, que se atormenta con el hastío de la rutina y la monotonía, que no tiene una relación tan estrecha ni afectuosa con sus hijos (¿cómo la mayoría?), y que no pensaba volver a enamorarse a sus 49 años, ad portas de jubilarse y preocupado en escamotear a la muerte mientras va transitando el resto de su existencia con la mayor dignidad posible.  

Pero se enamora, y su vida cambia; porque todo cambia en la vida cuando hay amor. Y esta última frase, que podría parecer un simple verso de algún poema sin nombre, es el sustrato de la trama y de la vida misma. La tregua es una novela inolvidable que no ha perdido vigencia y que, desde ya, sugiero y recomiendo, como toda la obra del genial Mario Benedetti.