Por Nando Vaccaro
Talledo (julio del 2016)
Hace cinco años apagaron su voz balas de maldad y egoísmo,
que penosamente existen, pero que son una parte mínima de la realidad, en la
que reina la belleza del mundo, la bondad y el amor de las personas (de lo
contrario la vida no podría continuar ni florecer
a cada instante). Apagaron su voz pero no su canto ni sus melodías, como
tampoco sus reflexiones llenas de sabiduría y esperanza.
El 9 de julio del 2011 Facundo Cabral abordó la
camioneta de Henry Fariñas, que había organizado una breve gira del cantautor por Centroamérica.
El vehículo fue conducido por este hombre, que se ofreció a llevarlo al
aeropuerto de Guatemala después de un concierto. En el trayecto fueron interceptados
por unos individuos que dispararon a la ventana del acompañante, donde estaba
sentado Facundo. Lo usual era que el empresario ocupara aquel lugar (y sus
invitados, los asientos posteriores); pero ese día él quiso conducir en vez de hacerlo
su guardaespaldas, y esa decisión le quitó la vida a Cabral, que nada tenía que
ver con esos mafiosos (también dispararon a la cabina del conductor, que resultó herido).
Él había sido convocado para cantar, para regar el
alma marchita de mucha gente, y su confianza desmedida en el prójimo no lo hizo
sospechar y menos averiguar los turbios vínculos de Fariñas, porque Facundo
solo se dedicaba a hacer lo que amaba, y no tenía tiempo ni para pensar mal de
la gente (tras el incidente el pueblo de Guatemala hizo una marcha para exigir
justicia y “pedir perdón al mundo”. Actualmente los asesinos están presos, y
lo estarán por casi medio siglo, igual que Fariñas está recluido por narcotráfico y
otros cargos).
Aunque su salud era precaria y los médicos le habían
prescrito no andar en trajines ni viajar en avión, Facundo Cabral no podía
permanecer quieto e indiferente porque “la vida es el arte del encuentro, y
está en constante movimiento”. En alguna de las conversaciones que tuvimos, gracias a la honorable amistad que pude tener con él, Facundo me confesó que no podía detenerse, que
la vida carecería de sentido si no le entregaba al mundo lo mejor que había en
su corazón. Y vaya si lo hizo, a pesar de sus achaques en los últimos años y de
costarle caminar (usaba un bastón), tanto que por momentos parecía que se iba a
desvanecer. Sin embargo, su fuego interior ardía de tal forma que en el
escenario desplegaba una energía asombrosa y tan contagiante que hasta
sacerdotes, rabinos y pastores acudían a verlo para revitalizar sus emociones.
En 2007 tuve el gran privilegio de conocerlo
personalmente, acompañándolo en varias presentaciones que realizó en diferentes
lugares de la provincia de Buenos Aires, en Argentina; esos episodios se han convertido
en una de las vivencias más enriquecedoras de mi vida. Gracias a su obra,
desplegada en libros, canciones, poesías, versos, axiomas, aforismos y
referencias de seres humanos extraordinarios, Facundo me hizo descubrir un
mundo lleno de posibilidades, de gratas sorpresas, y sobre todo saber que
siempre se puede empezar de nuevo y que cada amanecer trae consigo nuevas
oportunidades (en honor y agradecimiento a esa amistad mi hijo lleva su nombre). Alguna vez lo propusieron para que sea candidato al
premio Nobel de la paz, algo que no requería para vivir mejor y ser feliz
porque él era la misma paz, y no era necesario que un galardón se lo recordara.
Van estas líneas en respeto a su memoria, pero
sobre todo a su universal e imborrable presencia porque, aunque su cuerpo ya no
camine sobre la tierra, sus creaciones nos acompañarán por la eternidad, así
como el legado de Jesús, de Teresa de Calcuta, de Ghandi, y de todos aquellos
que, como canta Ricardo Arjona, murieron con una sonrisa en los labios porque
fueron verbo y no sustantivo.
Como agradecimiento a la vida, que me ha dado
tanto, y por haber tenido la dicha de conocerlo, siento que ese
privilegio no puede ser solamente para mí y debe ser expandido, porque nadie es
dueño de nada si no lo comparte. Por eso me comprometo a seguir difundiendo su obra,
que, como bien decía Sara, su progenitora, “es un baúl donde el mundo ha
depositado todas sus maravillas”.
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