Por Nando
Vaccaro Talledo – Agosto del 2017
Acordarnos
de la patria solo en fiestas patrias, es decir en la fecha central
conmemorativa de la declaración de la independencia es como si solo nos
acordáramos de nuestros amigos y seres queridos el día de su nacimiento o de su
inscripción en los registros. Hago este parangón para invitarlos a que nos
pongamos todos y todas una mano en el pecho para preguntarnos: ¿qué significa
la patria para nosotros? ¿Somos recíprocos con la patria? ¿Hacemos patria?
El concepto
de Patria, aunque tenga un solo significante, nos puede hacer evocar diversos
significados: unos pensarán en el mapa del Perú, otros se acordarán de algún versito
del Himno Nacional, unos cuantos pensarán en la bandera, en el desfile
cívico-militar, en algún héroe olvidado o confundido…
EL DRAE
manifiesta que patria es “la tierra natal o adoptiva como nación, a la que se
siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Y
como seguramente esta definición no es suficiente ni contundente, hay otras
consideraciones que deberían ser tomadas en cuenta, como la identidad, la
interculturalidad, las materias primas, entre otras.
Y sobre
esto último, respecto a las materias primas y toda la amalgama de bendiciones
que nos provee esta flora y fauna maravillosa autóctona de la patria, creo que
realmente no somos recíprocos ni agradecidos, de lo contrario no se entiende el
desinterés por, entre muchas cosas, nuestros ríos, lagunas y sobre todo porque
las playas estén limpias (y no vengamos con la cantaleta de que la responsabilidad
es solo del estado y trasnacionales, porque si juntáramos todas las corontas de
choclos y desperdicios que la mayoría de veraneantes tira y entierra en la
arena seguramente cargaríamos varios barcos).
Y con
respecto a la última interrogante, acerca de si “¿hacemos patria?”, seamos
sinceros y, con las dos manos en el pecho, a falta de una, reconozcamos que
poco o nada nos involucramos en acciones sociales y comunitarias que coadyuven
a progresar como nación, que sume cada uno desde su entorno más cercano al que
pertenece en su patria chica. Muy pocos suman y, desgraciadamente, la mayoría
resta: con sus actitudes mezquinas, sus críticas destructivas, su inercia cómplice
de desinterés y conformismo, los antivalores que proliferan como canción de
moda, y muchas otras evidencias decepcionantes.
Sin
embargo, ahora que ya pasó el alboroto de los desfiles, del discurso
presidencial que recibió más quejas que sugerencias (es fácil abordar el
trencito de los reclamos y las vituperaciones sentados cómodamente en el vagón
de primera clase, con aire acondicionado y provistos de todo, solo mirando y
casi nunca actuando); ahora que ya nos olvidamos de parodiar al ministerio de
Educación por un lapsus (nuestra falta de empatía opacó la torpeza y descuido de
algunos empleados públicos); ahora que ya sacamos las banderas de nuestros
frontis, que las lavamos y luego guardamos limpiecitas y bien dobladas hasta el
año entrante, ahora es momento propicio para lo siguiente:
Compatriota,
coterráneo, paisano, vecino y amigo, ahora es el momento para empezar a actuar,
para abandonar el rol de actor secundario y pasivo para ser protagonistas e
intérpretes estelares de nuestro propio cambio y progreso, para erigir un
sentimiento patriótico que se sustente en las acciones concretas que
realicemos, por más mínimas que parezcan. Teresa de Calcuta decía: “Una gota en
el mar parece insignificante, pero el mundo no sería lo mismo sin esa gota”.
Si no fuera
por aquellos que se animaron, que no se avergonzaron ni temieron el fracaso hoy
no seríamos esta patria. Y no hablo solo de nuestros venerados e inmortales
héroes de la gesta de independencia, sino también de aquellos mártires
silenciosos que, antes y ahora, contribuyen con su trabajo y compromiso para
dar lo mejor de sí en busca del desarrollo colectivo, del bien común. No hace
falta ser un galardonado general o un alto directivo; incluso no es requisito ostentar
un título o poseer demasiada experiencia: basta y sobra con voluntad e
involucramiento.
En la
cuadra donde vives seguramente hay algo para hacer, por mejorar; ese parque de
tu barrio quizás ya necesita mantenimiento y limpieza. ¿Por qué no iniciar una
junta vecinal que promueva el mantenimiento de ese parque? ¿Por qué esperar si
queremos lo mejor para nuestros hijos? (y lo mejor para nuestros hijos no son las
zapatillas más caras o la tablet más moderna, pues tarde o temprano irá a ese
parque a jugar). Los colectivos sin fines de lucro y sociedades civiles están
siempre con las ventanas abiertas, deseosos de recibir propuestas. Y
seguramente no siempre se abrirán puertas, pero si no se intenta nunca se
sabrá.
Vivimos en
una democracia representativa, y por lo tanto debemos ejercer, por derecho
constitucional y por compromiso cívico y moral, una participación activa; y no
solo acordamos de nuestro rol en época electoral, que en realidad es más por la
sanción a no votar que por la convicción de participar en el evento esencial de
la democracia. Precisamente la Ley N° 26300, Ley de los Derechos de
Participación y Control Ciudadanos, regula el ejercicio de esos derechos
constitucionales.
Pero más
allá del amparo de la ley, del fomento del estado en aspectos de participación
ciudadana, de presupuesto y descentralización, lo que necesitamos, queridas y
queridos compatriotas, es involucrarnos activamente, tomar parte y ser
proactivos. Por eso nuestra paisana Mariana Costa, una joven emprendedora y
reconocida hasta por el mismísimo expresidente de EE.UU., Barack Obama, nos
exhorta: “hace falta pensar más en sociedad, en el planeta, en quienes son
distintos, en quienes ven el mundo diferente. Y a un nivel crítico. Por ese
sentimiento de urgencia, si no comenzamos a mejorar nadie más lo va a hacer”. Entonces,
ya debe quedar claro: es hora de participar, de forjar la patria la que queremos.
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