Por Nando Vaccaro Talledo
Hay poetas que escriben contando
y hay narradores que lo hacen cantando. José Lalupú, de estirpe narradora y
corazón poético, cuenta, canta y nos encanta. En Perra Memoria su prosa es embrujadora; no busca los artificios
literarios sino el hechizo y la verosimilitud. Y lo consigue. Nuestro escritor
es la antítesis de la estructura, de la rigidez y lo encasillado. Es por ello
que al leer sus relatos, con diversidad de temas, no solamente disfrutamos de
las historias, lo cual ya es un logro notable, sino que también experimentamos
emociones, percibimos sensaciones; y esto es posible gracias al admirable
talento que el autor posee en la dosificación del lenguaje.
El primer cuento cedió su denominación
para el título de la obra: Perra Memoria.
Es la reconstrucción de un recuerdo, la nostalgia de una pasión que tuvo un desenlace trágico. El escenario es la universidad y el testigo involuntario de
ese amor juvenil es Barraco, un perro sarnoso pero muy fiel. Son muy interesantes las
transiciones narrativas del presente al pretérito y viceversa, porque no hacen ruido ni interrumpen la concentración de
la lectura. Hay un predominio de lo poético por sobre la narración elemental, con
pizcas de humor pero también de sensualidad, haciendo que nos incorporemos al
juego de fantasía, cuitas y misterio.
Celebración de la muerte es el segundo relato y quizás, según mi
humilde opinión, el que reúne elementos de un cuento superlativo. La voz
principal la tiene un “hincha” de fútbol, no necesariamente de Cienciano pero
sí del milagroso triunfo del equipo cusqueño, primero ante River y luego ante
Boca. Desde un inicio el lector queda atrapado en medio de la emoción y después
es imposible no contagiarse de la euforia colectiva, como si realmente estuviéramos ahí, en el bar
del “Gato” Álvarez viendo el partido donde “no cabía ni un sentimiento más”. Hay momentos donde la historia desde el bar se
entrelaza con los jugadores que estaban disputando el partido contra Boca en
ese momento, logrando una mimetización formidable. El final inesperado consigue un cierre redondo (sinceramente
este relato no tiene nada que envidiar al de grandes escritores sudamericanos
que han explorado el fútbol para escribir sus historias, como el “Negro”
Fontanarrosa, Eduardo Galeano o el mismo Julio Ribeyro).
En orden de aparición Ñañañique es el tercer cuento, que bien
podría estar rotulado bajo la seña de relato fantástico, porque si bien se
circunscribe a un contexto reconocible de “la realidad real” (Chulucanas), los componentes
del clímax están amparados en sucesos sobrenaturales, como los avistamientos de
ovnis y la invasión extraterrestre. Sin embargo, para el registro amplio de la
ficción, este relato busca compatibilizar con las creencias que pueda tener el
lector o, por el contrario, desafiar sus prejuicios o incredulidad; por eso el ejercicio de la
lectura es tan íntimo y personal. En ese sentido, el astuto narrador nos deja
dos opciones, y las dos muy válidas: podemos creer en la visita de estos seres
extraños, “muy altos, achinados y de trajes luminosos”, u optar por la explicación más racional, que todo se
debió a los desvaríos del protagonista por consumir LSD.
Etemenanqui es el cuarto y más extenso cuento del libro. Con un
evidente respaldo histórico, este relato se sitúa en las cercanías de los ríos
Tigris y Éufrates, hace varios cientos de años, y recrea de modo legendario la
construcción de un zigurat (torres piramidales en cuyas cúspides se creaba un
templo o santuario) bajo las órdenes de Nemrod, el despiadado centinela de este
inalcanzable monumento. La historia está contada desde la voz de uno de los
esclavos, por quien nos enteramos del fin último de Etemenanqui (o la torre
infinita que debe llegar al cielo): en el templo de este zigurat la bella
Lisbany deberá ser fecundada por un dios, encarnado en Nemrod.
En el relato Dórica y el cepo, volvemos a los días
actuales y al ámbito universitario. Es la historia de un profesor recién ascendido
a director que empieza a perder la cabeza por su secretaria; entonces los
sueños eróticos de este hombre, que convivía entre colegas y alumnos casi en el
anonimato, brotan incontrolables, y para ello la narración se nutre con dosis
de hilaridad y picardía, recursos bien elegidos y distribuidos para un cuento
de deseos afiebrados.
El último cuento (en la tercer y
última edición) es El maestro de
literatura. Nuevamente aparece Barroco, pero esta vez en la nostalgia del
personaje-narrador que describe sus días de estudiante carenciado mientras
interpela a su compañera para que le revele una gran noticia que le tiene. Este
es, qué duda cabe, un evidente y merecido homenaje al maestro Sigifredo Burneo,
alguien capaz de hacer con “sus palabras que la literatura se vuelva fuego
vivo, capaz de hacerte abandonar este terrenal mundo y revivir las historias
que habías leído, o soñar las que aún no”. Para el narrador de esta historia y
su co-protagonista, además del café, la prosa de Borges y los juegos de amor,
nada resultaba tan estimulante como las clases de literatura del profesor
Burneo, que impulsaba su vocación de escribidores.
COLOFÓN: Perra Memoria es una obra breve en dimensión pero prodigiosa en
calidad literaria, como el ingenio luminoso de José Lalupú, quien ha sabido
fusionar las dos esferas de su vida: la académica y la artística. Licenciado en
literatura y Doctor en Educación muestran sus credenciales; en sus venas corre
sangre de narrador, pero tiene alma de poeta, además de congeniar muy bien con
las “artes gráficas”. Con varios premios literarios y reconocimientos en su
haber, Perra Memoria ya ha sido
reeditada y, no cabe duda, tendrá más ediciones.
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