Por
Nando Vaccaro Talledo – Abril 2017
nandovaccaro@gmail.com
https://lapalabrabrota.blogspot.pe
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Ahora que literalmente las aguas se están calmando,
y que ya no sentimos esa angustia tremenda cuando, mientras llovía a raudales, decenas de truenos y relámpagos caían desde el cielo como latigazos y nos hacían pensar en lo
peor, vemos cómo el Estado, desde sus diversas plataformas y organismos, va
sumando estrategias y esfuerzo para revertir los padecimientos de los miles de
damnificados que ha dejado el “Niño Costero”, y aún más de los desamparados que
lo perdieron todo. Es un trabajo arduo, y lo será por buen tiempo. Pero tenemos
la confianza de que esta vez se harán las obras no para cumplir ni para las
portadas en los diarios sino para el beneficio de la población (beneficio que
también incluye a los funcionarios del Estado, porque ya hemos visto en Piura
que sin previsión, planificación ni ejecución de obras trascendentes, los
embates de la naturaleza no hacen distinción de niveles socioeconómicos).
En este sentido, es encomiable y plausible la labor
de varios organismos ajenos a la esfera gubernamental, como asociaciones
civiles, colectivos y ONGs que prestan ayuda voluntaria y generosa. Y digo que
es encomiable y plausible porque mientras que el estado, representado desde el
presidente, los ministros, el congreso, las gobernaciones, las alcaldías, las
prefecturas y otras entidades, tienen la obligación inexorable de brindar apoyo
y realizar un trabajo articulado en la reconstrucción de las zonas afectadas, hay
agrupaciones que dan lo más valioso en estos casos: su tiempo.
Tiempo para recibir donaciones y organizar las
entregas de ayudas; para sopesar cuáles son los sectores más críticos; para
cargar y acomodar las encomiendas de tal manera que no se malogren y se pueda distribuir
de manera adecuada; para auxiliar a heridos y enfermos (labor que ha sido
realizada por varias instituciones también, como Bomberos, Fuerzas Armadas, Policía
Nacional, Serenazgo, Brigadistas, entre otros); y, en general, para dar una
mano en lo que fuera necesario, a través de actividades que han sido realizadas
más con el corazón que con la cabeza, sin considerar siquiera que a cambio de
ello no se recibe un sueldo o remuneración, pero acaso sí la satisfacción más
grande que un ser humano pueda tener: la certeza de hacer el bien y ayudar al
prójimo.
Aunque parezca increíble, los periodistas que la
visitaron en la India daban fe que Teresa de Calcuta era feliz bañando a
leprosos. Una anécdota al respecto señala que una vez llegó una dama inglesa, que
estaba gestionando una visita oficial de la princesa Diana de Gales, y quedó
aterrada al presenciar que la madre Teresa se encontraba en una habitación
inmensa rodeada por decenas de leprosos, limpiando y curando sus heridas. Ella
le dijo: Madre, yo no bañaría a un leproso ni por un millón de dólares. Teresa
le respondió: yo tampoco, señora, porque a un leproso solo se lo puede bañar
por amor.
Lo de Teresa de Calcuta, ahora Santa, era altruismo
en estado puro, el amor hecho acción, dar la vida y el tiempo completamente al
prójimo. Por supuesto, es muy difícil ser como la madre Teresa y hacer lo que
ella porque muy pocas personas estarían dispuestas a vivir en el servicio
exclusivo a los demás. Sin embargo, Dios no nos exige tanto, porque sabe que
cada uno de nosotros tiene sueños y metas más terrenales, pero ello no quita
que no podamos darnos tiempo para ayudar a los demás. De hecho, ofrecer nuestro
tiempo a quienes necesitan apoyo y consuelo nos redime como seres humanos y nos
fortalece más que ningún logro que podamos soñar, y es el mejor combustible
espiritual para recargar nuestro interior.
Quienes saben muy bien de ello son los integrantes
del Colectivo Chulucanas Da La Mano, un grupo que busca articular e integrar
la ayuda solidaria para las personas damnificadas, constituido por representantes de la Prefectura de
Chulucanas, de la Diócesis de este mismo distrito, por integrantes del
Colectivo por la salud mental Hermana Margaret Walsh, Radio Emmanuel y por
diversos ciudadanos y ciudadanas, entre ellos muchos jóvenes que ya han tomado
conciencia de lo esencial que es preocuparnos por quienes están padeciendo, y
saben que de nada sirve desarrollar nuestro intelecto y capacidades
cognitivas sin es que al mismo tiempo no robustecemos nuestros corazones. Eso
es ser altruistas y contribuir al engrandecimiento de nuestra especie y, por
consiguiente, de la sociedad.
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