Por Nando Vaccaro Talledo –Mayo del 2017
Trabajamos con
esfuerzo y ahorramos lo que podemos para poder comprar lo que queremos. Aunque
suena a trabalenguas, digo lo que queremos porque primero debemos conseguir lo imprescindible
para sobrevivir, que no es siempre lo que queremos (aunque hay personas que no
siguen esa lógica y viven sobreendeudadas). Pero lo que queremos es cada vez
más y más porque vivimos inmersos en una cultura que apuesta por el hacer y el
consumir, y nos ha convertido en personas de un apetito insaciable en cuanto a
ambicionar bienes, muchas veces insustanciales pero que ocupan el tiempo y el lugar
que alguna vez tuvieron las relaciones más estrechas con nuestros amigos,
padres o seres queridos, es decir las emociones más intensas y humanas, esas
que solo son posibles en la calidez de un abrazo, en la conversación presencial
o en la simple compañía.
Este es el
punto donde se requiere establecer una distinción clara: no se trata de hacer una
“apología a la pobreza” sino un llamado a la sobriedad, y en todo caso a la
sensatez. Manifestaba el expresidente de Uruguay José Mujica: “cuando compras
algo no lo haces con dinero sino con el tiempo de vida que tuviste que gastar
para tener esa plata. Pero la única cosa que no se puede comprar es la vida. La
vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad”.
Estas consideraciones
del gran Pepe Mujica no son desproporcionadas. Por el contrario, responden a
una cosmovisión, una filosofía de vida que ha sido transmitida desde hace mucho
tiempo, pero cultivada por muy pocos. Uno de los hacedores fue San Francisco de
Asís, quien tenía, según ha dicho Facundo Cabral, una de las fórmulas de las
felicidad: “Deseo poco, y lo poco que deseo lo deseo poco”.
El deseo es
uno de los causales de conflicto, decía Facundo, pues por desear lo que no
tengo no disfruto ni valoro lo que tengo, y así cada vez más me vuelvo triste y
desdichado. Según los entendidos de teología, Francisco de Asís ha tenido el espíritu
más parecido a Jesús en cuanto a pobreza y desprendimiento, además de su
sentido ecuménico e integrador, que abarcaba creyentes como no creyentes.
Facundo Cabral
ha sido una de esas notables excepciones que no solo ha promovido esta
filosofía de vida sino que también la ha cultivado. Quienes hemos tenido el
honor de conocerlo personalmente podemos dar fe de esto; además, sus conciertos,
su música y obra en general (tiene libros extraordinarios como Ayer soñé que podía y hoy puedo) nos
ayudan a escapar de la vorágine citadina y consumista para recogernos, soñar y
reflexionar, saber que no todo está perdido, que cada día se puede empezar de
nuevo, que no es rico el que más tiene sino el que menos necesita, que mano
ocupada es mano perdida, que el conquistador por ir en busca de su conquista se
hace esclavo de lo que conquistó, es decir que jodiendo se jodió…
Ir livianos de
equipaje por la vida es andar con tranquilidad, moderación y prudencia; pero no
por ello debemos abandonar nuestros sueños y objetivos. Por el contrario, estos
nos debemos guiar para poner nuestra vocación y creatividad al servicio de la
humanidad y como regocijo de nuestro propio espíritu. Lo que no puede
sucedernos es perder la brújula de las prioridades, es decir empezar a darle
importancia y trascendencia a las cosas que no son más que eso, que no deben
tenernos sino al contrario, porque los momentos más felices y memorables de
nuestras vidas no son con algo sino con alguien.
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