Por
Nando Vaccaro Talledo
El primer relato, La muerte que habito, inicia con un
contundente y premonitorio epígrafe de Arthur Rimbaud: “Yo me creo en el
infierno, luego estoy en él” (inevitable reminiscencia al planteamiento cartesiano
“Pienso, luego existo”). Y así como en la fe, para que el universo fantástico
tenga sentido primero debemos creer en él, aceptar su naturaleza, sus dogmas y
estigmas.
Aunque pertenecen a géneros
emparentados (misterio, terror), los relatos de Antonio Zeta en Lo que las sombras ocultan (12 cuentos
en total) son diversos en cuanto a las tramas, los contextos e incluso las voces
y tiempos de la narración. Nuestro escritor exhibe destreza en la recreación del
suspenso, el manejo correcto de los diálogos y las construcciones simbólicas,
como en el caso de Café Celada. La caída
de Allan Poe, con frases como “su boca estaba preñada de silencio”, que llevan
inmersas nuevas proyecciones connotativas del lenguaje.
Las impresiones y experiencias a
las que asistimos como lectores son múltiples: un sobreviviente cercenado y tenido
en cautiverio por criaturas de una dimensión inefable; un amor clandestino y la
traición ajusticiada; mitos que cobran vida; un escritor tomado por sus propios
versos; una visita familiar a Chulucanas y la búsqueda de una mascota perdida
terminan en un macabro hallazgo; la obsesión por las mariposas; una viuda
rutinaria se queda dormida en medio del evangelio en la Catedral y, al
despertar, el demonio y la hoguera lo consumen todo; una sombra, un fantasma, un
alma en pena recorre los últimos días de su existencia.
Diversos los escenarios, los
contextos, los sucesos urdidos en estos relatos que irrumpen la monotonía y nos
hacen prisioneros, tanto en la vigilia como en el sueño; nos sobrecogemos como
humanos y es inevitable que afloren nuestras supersticiones, temores y
flaquezas. Se apodera de nosotros el más ancestral de nuestros perseguidores:
el miedo; pero acaso, paradójicamente, el único aliado que nos alerta en situaciones
de peligro. En este caso, el verdadero peligro radica en no leer el libro de
Antonio Zeta y perdernos la oportunidad de
ingresar a su universo de historias, de reconocernos en ellas a través de los
personajes, de sus emociones y sensaciones.
este hermoso libro me cambio la vida y ahora soy una persona q le encanta leer
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