Se podría decir que uno de los mayores gustos en la vida es tener la oportunidad de repetir una experiencia o situación que nos haya generado placer y sensaciones inolvidables. Puede ser un viaje, un reencuentro con viejos amigos, volver a saborear un plato exquisito, vivenciar un espectáculo emocionante o… ¡Revivir una historia a través de una película o un libro!
Afortunadamente he podido permitirme ese gusto a través de La tregua, del entrañable Mario Benedetti, sinónimo de sencillez y maestría al mismo tiempo, demostrando que no es necesario recurrir a sofisticaciones para lograr una obra de excelencia.
La tregua es una
novela que nos permite observar la cotidianeidad de un hombre que, sin
proponérselo, intenta rehacer su vida sentimental después de años de haber
aprendido bruscamente a andar con la ausencia de un ser amado, y de haber
tenido solo experiencias ocasionales, más para satisfacer los apetitos de la
carne que para contener las fragilidades del corazón.
La primera vez la leí hace varios años, cuando vivía en
Buenos Aires. Al poco tiempo tuve la oportunidad de conocer Montevideo, y pude
recrear mejor las descripciones urbanas que el escritor había hecho de esta capital.
Caminar por las calles de una ciudad leída, y de un autor tan querido, es un
sueño hecho realidad. Y ahora, con la perspectiva del tiempo, la novela, que no
dejó de ocupar un lugar en mi memoria, ha cobrado mayor impulso y otra
dimensión, pues, qué duda cabe, no somos los mismos con el paso de los años.
La tregua me permite hacer dos lecturas: una que se intersecta con mis propias vivencias y mi contexto de ciudadano en el 2023; y otra de la estructura narrativa y la psicología y emociones que atraviesan los protagonistas. De la primera tengo el disgusto de saber que ahora necesitamos trabajar más años para jubilarnos (el protagonista de la historia, que transcurre en la mitad del siglo XX, se retira a los 50), aunque, como contrapartida, también es cierto que la expectativa de vida ha aumentado notablemente.
Del entramado literario puedo –y debo– rescatar la gran sensibilidad de Benedetti para construir personajes que, fácilmente identificables entre el común de ciudadanos “de a pie”, de esos incluso callados y reservados que a primera impresión no tendrían las cualidades para ser “modelos” de prototipos literarios, cobran una notoriedad innegable, precisamente porque no suelen ser tomados en cuenta, pero reflejan las sensaciones, cavilaciones y deseos de la mayoría.
Es por ello que el recurso de haber escrito la novela en
primera persona, utilizando el esquema de un diario personal, tiene un efecto
contundente en la verosimilitud del relato, porque nos va mostrando la vida de
un personaje anodino, un oficinista acostumbrado a su rutinaria agenda, sin
episodios de aventura, contradicciones o excesos. Alguien que, lejos de pretender
convertirse en un “protagonista de novela”, quiere dejar constancia de sus
pensamientos, emociones e interrelaciones, porque uno no es lo que vive o le acontece,
sino lo que recuerda y siente. Y en ese transcurrir, el presente, por momentos,
se tiñe de pasado a través de los recuerdos y la nostalgia; el presente también
se agita de futuro con los planes y la incertidumbre de un devenir deseable
pero ajeno a la voluntad y a la capacidad de controlarlo.
La “trama” no pasa
por lo que Martín Santomé (un hombre circunspecto pero con necesarias dosis de
sarcasmo) hace o deja de hacer en su trabajo, que al fin de cuentas es para él
un simple medio de subsistencia y no una experiencia apasionante (como puede
sucederle a muchas personas). En consecuencia, no ve la hora de jubilarse y lanzarse
a la conquista de lo más valioso: su tiempo libre.
La pregunta de qué hacer con su tiempo resulta clave, pues a
muchos les fascina salir de una rutina y otros no saben cómo invertir su
energía en los intervalos sin obligaciones. Pero la vida se nos va, o la muerte
se nos acerca, y por momentos se nos concede treguas para ser felices,
para degustar la existencia y tener coraje y combustible emocional para
sobrellevar los designios de Dios o las embestidas del destino.
Sin embargo, como no somos máquinas que simplemente se
prenden, funcionan y luego se apagan, en el medio está el hombre: es decir, un
ser humano que siente, que se atormenta con el hastío de la rutina y la
monotonía, que no tiene una relación tan estrecha ni afectuosa con sus hijos
(¿cómo la mayoría?), y que no pensaba volver a enamorarse a sus 49 años, ad
portas de jubilarse y preocupado en escamotear a la muerte mientras va
transitando el resto de su existencia con la mayor dignidad posible.
Pero se enamora, y su vida cambia; porque todo cambia en la
vida cuando hay amor. Y esta última frase, que podría parecer un simple verso
de algún poema sin nombre, es el sustrato de la trama y de la vida misma. La tregua es una novela inolvidable que
no ha perdido vigencia y que, desde ya, sugiero y recomiendo, como toda la obra
del genial Mario Benedetti.
Excelente!! Gran obra muy recomendada!!
ResponderEliminarGracias, Bruce cook por leer el blog. Un saludo
ResponderEliminar¡Increíble análisis! Que fascinante es descubrir obras que calan,y enseñan,en algún momento la tregua o la vida harán lo suyo.
ResponderEliminar