Por Nando Vaccaro Talledo – Agosto 2016
Concertar un
encuentro colectivo en la marcha ¡Ni una menos! y pronunciarse pública y
abiertamente es un augurio positivo porque eso significa que se están doblegando
a los fantasmas del miedo, de la opresión, que ya es hora de decir basta porque
se puede y se debe vivir mejor, en paz y armonía. Este acontecimiento debe
marcar un precedente para que las mujeres no callen ni guarden el sufrimiento, para
que los operadores de justicia sean más sensatos en sus fallos y sobre todo
para tomar conciencia, tanto quienes se someten al hombre agresor como ese
hombre que maltrata; sobre todo este último que no debe victimizarse ni
justificar sus actos.
Antes de salir
cobardemente tratando de justificar sus actos de maldad (como el agresor de
Arlette Contreras, Adriano Pozo, puesto en libertad en un fallo increíble que
solo contempla las heridas físicas, y se olvida que la parte psicológica y
emocional puede dejar secuelas difíciles de curar) lo que debe hacer es
evitarlos, descargar su frustración en algo, no en alguien, saliendo a hacer
deporte, buscando ayuda a través de profesionales de la salud mental,
encontrando a dios, es decir al mismísimo amor, y, por supuesto, educándose más
porque en el ser humano la capacidad de desarrollo y evolución se consigue de
manera más avanzada a través de la educación. Un hombre educado tendrá más
herramientas y salidas para no llegar al extremo de herir o quitarle la vida a una
mujer.
Es momento de
romper las cadenas del machismo, de la ignorancia, de la insensatez y la falta
de amor y respeto al prójimo que hace que los hombres actúen peor que animales
salvajes, de la estupidez que significa transmitir de generación en generación
que la mujer es un objeto sexual, que sea ella el saco de box donde se
descargan las penas y frustraciones, que sus oídos reciban insultos y críticas
como si fueran robots sin sentimientos a quienes no les afectará una sarta de
agravios, y se olvidan que son nuestras madres, esposas, hijas, hermanas o
amigas quienes reciben esos insultos como latigazos que van destrozando sus
tiernas almas.
Si aún con las
cadenas rotas, la toma de conciencia, la educación, y la libertad que ofrece un
estado democrático sigue habiendo hombres tercos e insensibles entonces deberá
caerles todo el peso de la ley, sin contemplaciones, sabiendo que el daño
cometido no es solo físico sino emocional y psicológico, y que así como quizás
ni una vida entera basten para que una mujer violentada y agredida se recupere
de esas heridas profundas, así también deberá ser el castigo a quienes agredan
a una mujer, traidores de la vida y del amor porque eso es lo que en verdad
representa y vale cada mujer: la vida misma y todo el amor del mundo.
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