Por Nando Vaccaro
Talledo – Agosto 2016
Hoy te has levantado temprano y te ha costado un
poco más salir de la cama tibia para alistarte. Has ido al trabajo, a tu
negocio, a la escuela, a la universidad…Regresas para almorzar; y si no puedes al
mediodía recién lo haces en la tarde o en la noche, para descansar un poco. Ves
televisión mientras sigues usando tu celular, al que acudes desde que abres los
ojos, como si el celular te hubiera dado la vida o se preocupara por ti. Llega
la noche, te da sueño, pero antes de dormir ves las supuestas novedades en tu “smartphone”,
tablet o computadora, y te duermes; sin un abrazo, sin un te quiero, sin cinco
minutos para compartir en vida con los que más te necesitan. Si tu día a día es
similar al que acabo de describir, entonces hay un serio problema de descuido y
desapego a tus seres queridos.
Las lamentaciones y reproches pueden, en ocasiones,
servirnos para tomar conciencia de algo malo y no volver a cometerlo. Pero de
nada servirán cuando un ser querido ya no esté con nosotros. Llegado ese
momento será un arrepentimiento irremediable. Por eso es elemental preguntarnos
en este mismo instante: ¿con qué frecuencia nos reunimos con nuestras parejas,
nuestros padres o hijos para conversar de cómo se sienten, de cómo les está
yendo, más allá de enterarnos de ciertos logros aparentes o de episodios
rutinarios? ¿Esperamos solo los cumpleaños para enviarle flores a nuestras
madres o esposas, para abrazarlas, o tratamos de sorprenderlas cada tanto? ¿Nos
interesamos por sus metas, sus sueños, qué es lo que quieren lograr, o
transcurrimos por este mundo sin pena ni gloria con nuestros propios sueños y,
en consecuencia, indiferentes a los demás?
Probablemente si no lo hacemos, si no prestamos atención a lo que pide nuestro corazón
antes de que nuestro cerebro se disperse en la televisión o el internet, el día
que un ser querido se aleje por un tiempo, o para siempre, desearemos recuperar
los días perdidos, las ocasiones en que preferimos encerrarnos con nuestros
celulares, en el alcohol, en el egoísmo que asfixia al mundo, con el agravante
de haber tenido oportunidades para decir te quiero, para abrazar, para salir
a caminar y pasear, para alegrarle un domingo a los que nos trajeron al mundo
con el simple y único pretexto de ser felices.
Si aún estamos a tiempo, es hora de cambiar el
insensible hábito que se había apoderado de nuestras vidas y que había helado nuestros
corazones; es hora de criticar menos y comprender más, de dedicar tiempo de
calidad, de comprar flores para que las puedan oler ahora que están vivos, de
reír y llorar con ellos ahora que nos pueden sentir y abrazar. Solo de esta
manera, cuando llegue la partida de un ser querido, nos quedará la tranquilidad
de haber compartido todo lo que pudimos, y reconoceremos que no es una pérdida
sino una partida, porque el que muere solo se nos adelantó porque hacia allá
vamos todos.
COLOFÓN
La pérdida de un hijo debe ser uno de los dolores
espirituales y emocionales más fuertes, y Tito Nieves lo refleja en su canción
“Fabricando fantasías”. Sin embargo, aún en la pérdida de un hijo puede
atenuarse el dolor si se sabe y se tiene la tranquilidad de haber sido buenos
padres, amorosos y comprensivos, de haber tenido paciencia y dedicado tiempo de
calidad.
Debemos, pues, aprovechar las vivencias que
atravesamos, sobre todo las que nos relacionan, integran y conectan con otras
personas. Las cosas materiales tienen valor y son importantes en la medida que
sean útiles y podamos compartirlas con los demás.
En vida,
hermano, en vida es un poema profundo y reflexivo de la poetisa mexicana
Ana María Rabatté, quien nos conmina a no seguir postergando la vida porque “de
nada sirve visitar panteones, ni llenar tumbas de flores, si no llenamos de
amor los corazones. Por eso: en vida, hermano, en vida”.
Existe también otro poema muy conocido, que ha
circulado en internet y redes sociales, cuyo título es “Ahora que estoy vivo” (nadie
precisa la autoría del mismo), que posee un tono de reclamo y hasta de súplica, donde
cada verso es un parangón entre diversas manifestaciones que se realizan cuando
un ser querido ha muerto: llevar flores, palabras y poemas desgarradores,
viajes inesperados, abrazos que ya no se sienten. Aunque tenemos derecho a dar
“santa sepultura” a quienes ya han partido, no esperemos que nos pidan desde el
cielo “debió ser antes”. Por eso, compartamos y disfrutemos de quienes amamos
“ahora que están vivos”.
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