EL PESO DE LA HUMANIDAD
SOBRE MIS HOMBROS
Por Nando Vaccaro
Talledo – Febrero del 2018
Estaba rodeado
por los pequeños con quienes comparto el taller de oratoria, de edades tan
heterogéneas que oscilan entre los 7 y los 16 años; los más pequeñitos están en
segundo de primaria y los más grandes incluso ya han ingresado a la
universidad. Se me había ocurrido que un
material interesante de lectura podía
ser un periódico, para que practicaran en voz alta la narración de noticias y,
en una misma línea cognitiva, lograran interpretar la información vertida, es
decir la actualidad de lo que acontece en el mundo. La elección de la noticia
fue, en extensión y complejidad, de acuerdo a las edades y desarrollo
intelectual que yo supuse en cada alumno.
Lo que no
preví fue que la mayoría de los niños y adolescentes hiciera lo que casi todo
el mundo hace: dar una ojeada a la portada. Aunque había indicado qué artículo
leer en su página respectiva, cerraron el diario por completo y tuvieron la carátula
frente a ellos. Y bastaron unos pocos segundos para que llegara una pregunta que
no supe cómo responder en ese momento: “profesor, ¿por qué pasan todas estas
cosas en el mundo?”, mientras la cándida niña de 9 años me mostraba los titulares en la portada y los
señalaba con el dedo: Fue encontrado el supuesto
asesino de joven universitario; Violador
de sobrina fue condenado a cadena perpetua; Asesinan a empresario para robarle 500 soles…
Sentí el peso
de la humanidad sobre mis hombros. Me consideré responsable por todos esos
terribles actos que pregonaba el diario, donde no quedaba ni un atisbo de
cordura y menos de esperanza. Los niños me escrutaban, como si ellos aún no
fueran parte de esta alborotada humanidad, queriendo saber por qué suceden esas
cosas y por qué no estaban en el diario las novedades que informaban sus
profesores en las aulas, esos descubrimientos maravillosos que hacen posible
que hoy vivamos –a pesar de todo– mejor, y los augurios de sus padres respecto
a sus sueños de ser grandes profesionales; y por qué no estaba, en definitiva,
toda esa alegría que ellos tienen desde que se levantan hasta que se acuestan,
pues los niños solo se dedican a vivir.
No pude negar
que “esas cosas” suceden, que lamentablemente existe gente muy mala que no
trata de realizar sus sueños sino que, por el contrario, son la encarnación de
la peor pesadilla que uno pueda imaginar. Me disculpe en nombre del diario, de
los periodistas, y en definitiva de toda la humanidad por haber traicionado sus
ideales de una vida más pacífica y justa. “La vida es como es y no como
debería”, me dijo en una oportunidad un sabio maestro. Pero eso no significa
que debemos conformarnos ni atemorizarnos por lo que sucede. Más bien necesitamos
aferrarnos a nuestros sueños y esperanzas para contrarrestar la maldad que se
enquista en algunos corazones.
Es cierto que el
grupo de niños a mi cargo proviene de hogares, por lo general, unidos, que
procuran convivir en un ambiente de armonía, lejos de la violencia y los
peligrosos con que deben lidiar numerosos adolescentes, incluso niños, que son
involucrados en conductas delictivas y muchas veces son ellos los que terminan
siendo parte de la noticia, o la noticia misma.
Considero que los
medios de comunicación pueden –y deben– hacer más de lo poco o nada que hacen
en cuanto a reflejar y construir la realidad de una sociedad; no se trata de
evadir o cubrir con un manto de flores las noticias duras y tempestuosas, pero
es desalentador pensar que los acontecimientos y novedades de nuestro mundo
solo se circunscriben a las noticias que se relatan usualmente, olvidándonos
que hay innumerables actos de bondad y honradez, de humildad y entrega, que
auguran una luz de optimismo en esta sociedad, desde los asombrosos desafíos y entrega
de amor inconmensurable que realizan las madres hasta las bienhechoras acciones
de quienes sí creen y forjan un mundo mejor.
En el taller
de oratoria de ese día los niños no cambiaron el semblante por largo rato,
hasta que les pedí que cerraran los periódicos y les propuse hacer una actividad
divertida.
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