Por Nando Vaccaro Talledo
Hace un año publicaba el último artículo que he escrito para este blog, para referir la obtención de un nuevo balón de oro (el séptimo) que recibía Lionel Messi, luego de un gran año para él y para la selección Argentina, tras alcanzar la copa América.Y si el año pasado fue uno de los mejores para Messi por esa
conquista continental, pues ahora que por fin alzó entre sus manos la copa del
Mundo, además de haber sido valorado como el mejor jugador del certamen, asumo
que lo considerará como el evento más importante de su carrera, y la
consagración definitiva como el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos; aunque
esto último pueda generar discrepancias según gustos y opiniones. Y pese a que procuro
ser lo más objetivo posible y sustentar sobre lo cuantitativo, es innegable que
siempre hay un sesgo subjetivo, que podría abrir la puerta de un animado debate
con mis amigos futboleros.
Ya no voy a hacer mención de los números y logros de Messi porque están al alcance de todo el mundo, y la información con esos datos circula constantemente por redes sociales. En esta ocasión voy a enfocarme en un factor clave que también le ha permitido llegar hasta donde está, y que no ha sido profundizado por los medios pero que, sin duda, sirve de ejemplo e inspiración: su gran fortaleza emocional y su capacidad de resiliencia y perseverancia.
Desde niño, Lionel Messi tuvo que hace frente a una serie de
vicisitudes para alcanzar su sueño, que era llegar a un club, ser profesional y
jugar en su selección. Después de muchos años lo lograría, como ya sabemos. Sin
embargo, el camino fue espinoso: tenía dificultades para crecer porque la
hormona que regula ese procedimiento en su organismo no funcionaba
adecuadamente, y su familia no tenía recursos para afrontar un costoso
tratamiento. Y ningún club argentino se quiso hacer cargo de ello. Hasta que
pudo aterrizar en Barcelona y erigir su propia historia.
Desde entonces el pequeño Messi supo que los sueños son
posibles, pero exigen que el talento se nutra de un trabajo arduo y constante,
de hacer frente a la adversidades (tuvo una lesión antes de debutar como
profesional) y también a las críticas y la envidia. Cada vez que estaba a punto
de la gloria (dos finales de copa América y una final de la copa del mundo) lo
situaban como el responsable de la no obtención. A punto ha estado varias veces
de ceder ante las presiones y las críticas malintencionadas y despiadadas.
Pero, lejos de desertar a lo que tanto había anhelado,
recargaba energías y se fortalecía en compañía de su familia. Y hoy, en el
epílogo de su carrera (ya lleva casi 20 años como profesional), y en sinergia con sus compañeros de equipo, finalmente ha logrado coronarse como campeón del
mundo.
Por ello y por tanto: ¡Gracias eternas, Leo!
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