Por Nando Vaccaro Talledo (diciembre 2024)
Cien años de solead: ¿ver o leer? Ambas. Las dos opciones nos ofrecen
experiencias únicas. La propuesta cinematográfica de una novela
monumental como Cien años de soledad puede generar adhesión por parte de
quienes aún no la han leído, y también algunas discrepancias de parte de los
lectores porque “no refleja” todo lo que se narra y se describe en
la novela, como ya pasó con El amor en los tiempos del cólera. Y
con esto me refiero a que la versión de la pantalla ha sido adaptada según el
enfoque y las imágenes que han recreado el director y su equipo de producción.
Fuente: imagen tomada de www.diariolibre.com |
Desde su estreno, hace unos días
en Netflix, se ha generado todo tipo de debate, tanto a nivel de críticos
literarios y cinematográficos, como de usuarios de las redes sociales. Y al margen de las opiniones, puntos de
vistas y preferencias, queda claro que una novela de esta envergadura, que
continuará fulgurando como una de las obras más leídas y traducidas de todos
los tiempos, siempre dará que hablar; por algo es un clásico.
Considero que la serie televisada
conlleva varios efectos positivos. Para empezar, y más allá de la producción
fílmica per sé (laureada por su fotografía, ambientación, edición, actuaciones,
dirección, etc.), ha logrado algo que, en los tiempos actuales, no es muy
usual: que la mayoría de personas, dentro y fuera de las redes sociales, esté
dialogando de literatura, en este caso de Gabo y su obra, lo cual ya resulta un
factor axiomático. Recordemos también que la publicación de su novela póstuma En
agosto nos vemos ha dejado un agradable sabor de boca para sus lectores.
Y como estamos en la época donde
impera la imago, en palabras de Sartori (evocadas siempre por Marco
Aurelio Denegri), tenemos que aceptar que la pantalla tiene más artilugios que
el papel, pues no sólo se trata de la imagen sino también del sonido; y la
combinación de ambos encandila a nuestro cerebro. Recuerdo una vivencia
similar, que seguramente muchos están experimentando ahora con la serie, cuando vi la
película basada en un libro de Alejandro Dumas, El conde de Montecristo. Gracias
a la producción cinematográfica pude acercarme a una obra fabulosa de la
literatura universal.
En cambio, durante la lectura, en
ese proceso de voluntaria soledad y amena introspección, debemos hacer un
esfuerzo por generar y recrear las imágenes y sonidos que la serie ya ofrece
manufacturados (signo lingüístico en toda su dimensión). Sin embargo, como es
el caso, también puede convertirse en un estupendo aliado cuando hay propuestas
de este tipo, que impulsan el acercamiento a la obra original. Y en épocas de
vacas flacas para los libros, porque el uso y abuso de las pantallas ha
relegado la dedicación a la lectura, podemos hacer las paces y dejar el libro
de Gabo junto al control remoto.
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