Por Nando Vaccaro Talledo – septiembre 2025
En la actualidad, mientras que
para el filósofo Byung-Chul
no es posible ninguna revolución por el escaso tiempo que nos queda para
elucubrar pensamientos, para el
escritor brasileño Julián Fuks “la literatura es la resistencia frente a
un mundo que no nos deja pensar”, donde abunda la información (y la
desinformación), las trampas hipnóticas de las redes sociales y el sometimiento
(consciente o no) a las influencias externas. Ahora ya no son las dictaduras o
los regímenes totalitarios los que impiden el acceso a la literatura y la
información, sino la falta de tiempo.
Fuks señala, y con mucho sentido, que nuestra sociedad está empachada de información, y esa sobreabundancia de ideas, más allá de que sean verdaderas e interesantes, impide que forjemos pensamientos, pues estos necesitan “del vacío, de un silencio entre una idea y otra”. Precisamente La resistencia es el nombre de la novela de Fuks que narra las vicisitudes de una familia argentina que emigra hacia Brasil huyendo de la dictadura y la represión. La novela es una aleación del drama propio de las relaciones familiares en un periodo histórico donde la falta de seguridad y el temor constante son el pan de cada día.
En un artículo que analiza esta novela, Eurídice Figueiredo precisa
que se trata de una literatura de resistencia no sólo por la temática que
aborda (sufrimiento humano en centros de tortura o campos de exterminio) sino
por sus características de forma: “la ausencia de linealidad, la tensión entre
lo real y lo ficticio, la investigación, el uso de hipótesis, plausibles o
inverosímiles, y la preocupación por el tema social”. En palabras de Viart,
este tipo de literatura constituye una “escritura de la restitución" que
no acepta las ideas listas ni las verdades preestablecidas. En una entrevista
que le realizó Valeria Tentoni, a propósito de esta premiada obra y su llegada
a la feria del libro de Buenos Aires, Fuks revela que “la idea es que se
construya una noción polisémica de la palabra resistencia y de algunas
otras a lo largo del libro”.
En otro espacio de diálogo sobre
literatura, Fuks expuso que no le interesa la función que pueda tener en lo
distractivo, sino su abordaje más bien reflexivo. Y para ello es imprescindible
que la literatura “hable sobre los sentimientos contemporáneos”. Algunos
escritores se pierden en este camino porque su narcisismo no les permite
separar la ficción de la autobiografía, y no siempre nuestras vidas serán
interesantes o permitirán que los lectores se vean reflejados. Por eso Fuks,
con un criterio pertinente, resalta la necesidad de dar importancia a los
personajes. Una historia puede ser atrapante, pero, para generar reflexión y
empatía en el lector, debe tener personajes que estén descritos en todos sus
detalles, en lo que se ve y no se ve.
Esto último es evidentemente un
punto a favor de la posibilidad revolucionaria de la literatura, en cuanto a
impulsar la reflexión y la creación de pensamientos propios, a diferencia de lo
que se encuentra en redes sociales, donde sólo se muestra un lado del ser
humano y el resto se esconde. “La literatura tiene la función de exponer el
lado que nadie ve”, destaca Fuks.
Ante la interrogante de si la
literatura sigue siendo un arma de resistencia, o si simplemente responde a
criterios estéticos vinculados a lo que la sociedad demanda como lectura, David
Fueyo nos invita a desentrañar la naturaleza de la literatura en la
sociedad contemporánea, que es compleja e inabarcable. Y para ello hay que ser
realistas: en los tiempos que corren, muchas ediciones de obras literarias se
realizan priorizando los intereses comerciales, y ser escritor no resulta en sí
una profesión o un oficio porque muy pocos pueden vivir de lo que escriben y
publican, con lo cual el “amor al arte” se va extinguiendo. Asimismo, los
algoritmos de las redes sociales se encargan de sugerir lecturas en función de
lo que consume cada persona, y esto potencia la aparición de las llamadas
“burbujas literarias”, con una oferta de libros ajena a la producción de “obras
más disruptivas, que serían necesarias para ejercer una verdadera resistencia”.
Incluso las tertulias y los espacios literarios, otrora de convocatoria masiva,
ahora se ven reducidos a grupúsculos de bibliófilos, mientras reinan los
llamados “creadores de contenido”, aunque estén carentes de ideas.
Sin embargo, no podemos hablar en
términos absolutos. Hay autores que, con una estética refinada, han abordado
temas sensibles y profundos, como la bielorrusa Svetlana Aleksiévich o el nigeriano Wole Soyinka, ambos galardonados
con el premio Nóbel de literatura. Pero no menos cierto es que, salvo para los lectores decididos que hurguen entre los demasiados libros publicados, las cadenas de
librerías comerciales imponen en sus escaparates publicaciones que se ofrecen
más por su apariencia que por el contenido.
Y a todo esto, ¿dónde queda el rol del
escritor, en este mar revuelto de ideas superficiales y verdades inconclusas? Pues
debería ser el mismo de siempre: escribir con convicción, desde su propia honestidad
en cuanto a la estética literaria y su visión de aportar a la revolución del
mundo, que no es otra cosa, como diría García Márquez, que estar convencido del
gran poder que tienen las palabras para transformar vidas.
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