Por Nando Vaccaro T.
Hace unos días, Lionel Messi recibió su séptimo balón de oro, reconocimiento que otorga la revista France Football en honor al mérito individual y mejor desempeño de un futbolista profesional durante todo un año. Primero se elabora una lista de candidatos, y, con base en esa relación, diversos corresponsales deportivos emiten su voto.Los premios y reconocimientos, en
el ámbito deportivo y artístico, siempre generan controversias porque, al margen de las
estadísticas positivas y logros mensurables, hay una ponderación subjetiva que
varía de acuerdo a los gustos y preferencias. En ciertas disciplinas hay menos discrepancias
porque quien llega primero a la meta indiscutiblemente es el que gana. Pero en
el fútbol, que además es un deporte colectivo, no siempre gana el que mejor
juega.
A lo largo de su impresionante
carrera, Messi ha ganado muchos títulos con sus equipos, y este último año no
ha sido la excepción. También ha perdido (o dejado de ganar) otros. Lo más valioso
para él ha sido el campeonato de la Copa América que consiguió con la selección
argentina, que durante muchos certámenes le había sido esquivo.
Pese a las cifras incomparables en muchos rubros, como haber sido el mayor goleador y asistidor de la Liga Española, o de la misma Copa América, liderando el ranking de goleadores históricos de su selección, muchas personas no han celebrado que Messi fuera acreedor a un nuevo balón de oro. No obstante, si tomamos en cuenta que para gustos y colores nada está escrito, resultan válidas las discrepancias.
Sin embargo, la intención es acercarnos
a ser lo más objetivos posible. Y para entender y reconocer el merecimiento de
este séptimo galardón para Lionel, entonces es menester recordar lo siguiente,
en caso de que algunos lo hayan olvidado:
En 58 partidos disputados entre
su club y su país, ha contribuido en 58 goles: 17 asistencias y 41 tantos. Si
otro futbolista hubiera logrado esas cifras, sería indudablemente el mejor del
año. Pero Messi ha malacostumbrado a los aficionados del fútbol con cifras
inalcanzables incluso para los mejores jugadores; y las estadísticas mencionadas
no parecen sobresalientes para el rendimiento habitual de él. Es decir, Messi
se ha convertido en verdugo de sí mismo al poner la valla muy alta. Algo
increíble de todo esto es que los números de Messi en los últimos doce meses
podrían ser los de muchos futbolistas en toda una carrera deportiva.
Pero hablar de Messi no es solo hablar
de estadísticas cuantitativas, sino también de cualidades incomparables, aunque
él las haga parecer comunes. Messi nunca juega mal y pierde pocos balones. Casi
siempre anota o da pases gol. Puede hacer regates, llevadas, paredes, construir
juego, hacer pausas precisas, túneles… Y todo, como si no le demandara mayor esfuerzo. Sin quitarles mérito a otros grandes
futbolistas, es muy probable que si el fútbol fuera una disciplina individual,
Messi habría ganado todos los balones de oro desde que empezó a brillar, pues en mi consideración está varios peldaños encima del resto porque es demasiado
bueno en todos los registros futbolísticos. Incluso es una de las
personalidades más influyentes, no solo por su capacidad y competitividad sino
también por su humildad y calidez humana.
Es realmente un privilegio pertenecer
a esta generación y ser testigo del talento, pasión y disciplina de un hombre
que superó a otros ídolos del fútbol (aunque cada generación tenga el suyo).
Sin temor a equivocarme, creo que será casi imposible que aparezca otro
futbolista que supere los récords, estadísticas y el nivel de juego individual
y colectivo de Lionel Messi: más de 755 goles y 318 asistencias en 949 juegos oficiales
lo convierten en el jugador más productivo de la historia. Y también el que nos
ha regalado las jornadas más apasionantes de este deporte, junto a una
generación talentosa de españoles y un puñado de extranjeros que conformaron el
“Barza” que erigió Guardiola, acaso el mejor equipo de todos los tiempos.
¡Gracias por tanto, Leo!
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