Por Nando Vaccaro T.
Existen
variables que debemos ponderar a la hora de elegir qué leemos, dónde leemos y
cómo leemos. El entrañable Marco Aurelio Denegri solía recordarnos que el
estado natural del cerebro es de desatención, y que, como manifestaba Sartori,
vivimos bajo la dictadura de la “imago”, en plena videocracia; y eso lo
dijo el autor italiano hace varios lustros, cuando la televisión era la figura
central en los hogares: ¿qué diría ahora con la colonización mental por parte
de los celulares y la intrusión de la inteligencia artificial?
Diversas
investigaciones científicas revelan que leer en formato impreso ayuda a la
compresión, en cuanto a la velocidad de lectura y a la profundidad de análisis,
y sobre todo si se realiza bajo presión. Asimismo, señalan que la lectura en
papel causa menor fatiga mental y visual (un factor a favor del libro impreso
que siempre ha subrayado Humberto Eco). Es decir, desde el aspecto fisiológico
es más recomendable leer un libro impreso que uno digital, mejor aún para los
libros de largo aliento. No menos cierto es que los dispositivos digitales de
lectura como ipads, tablets, laptops o los mismos
celulares pueden albergar una cantidad impresionante de textos y obras, que
ocuparían un amplio lugar de la sala o nuestra habitación. En general, es más
económico comprar libros digitales que libros impresos, y en muchos casos las
descargas son gratuitas.
Sin
embargo, de acuerdo con el portal web PsicoDon, existe un estudio que se
encargó de observar la actividad cerebral de un grupo control mientras leían, y
reveló que durante la lectura de un libro impreso hay más probabilidad de
actividad en la corteza prefrontal media y la corteza cingulada, encargadas de
procesar las emociones. Por su parte, en su libro Superficiales: ¿qué está
haciendo internet con nuestras mentes?, el periodista estadounidense
Nicholas Carr plantea que la exposición a las pantallas está mermando nuestra
capacidad de lectura y comprensión.
En
esa línea, Francisco Albarello, docente universitario argentino, corrobora que
sus estudiantes leen más y mejor sobre formato impreso. Sin embargo, no
demoniza la tecnología, sino que, como todos los inventos y avances, considera
que lo positivo y negativo de las pantallas digitales no está en su naturaleza per
se, sino en el uso que le damos y las predisposiciones que tenemos. Un
trabajo también trascendente es la obra Nadie acabará con los libros, de
Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, quienes, de manera brillante, exponen a través de un ameno
y enriquecedor diálogo los vericuetos de la apasionante historia de los libros
(una exquisitez para todo bibliófilo).
Es
importante mencionar que en su obra Los demasiados libros, el escritor
mexicano Gabriel Said nos revela que se publica un libro cada medio minuto. De
continuar esa proyección, llegaremos a un punto donde haya más escritores que
lectores. Este es un aspecto que requiere el análisis y reflexión del entorno
editorial, pues los libros no escapan a la globalización y a la producción
desmedida de mercancías; y de no ser más acuciosos con la revisión y calidad de
los textos, probablemente estaremos rodeados de libros que tendrán una vida muy
corta. Y si bien se trata de tener libros para leer, no podemos tomar en nuestras
manos cualquier obra (como tampoco deberíamos ingerir cualquier producto para
alimentarnos).
Y
no es que los libros impresos ocupen más lugar que los virtuales, sino que
‘verdaderamente’ existen, son asibles y tangibles, se pueden dedicar, forrar,
subrayar con un lápiz y quedarse dormidos con el lector sobre su pecho, sin que
explote o recaliente. No hay riesgo de robo si vamos a un parque o una plaza a
leer Cien años de soledad. Además, si hacemos eso, realmente leeremos y
no estaremos seducidos ni tentados a ver estados, muros, reels y todos
aquellos artilugios de distracción con que han programado las redes sociales,
con algoritmos específicamente diseñados para darle a nuestro cerebro lo que
más le gusta: mayor distracción y menor concentración.
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Cuanto
más se lee en pantalla hay menos probabilidad de detenerse a reflexionar en lo
que se está leyendo. Y seguramente para lecturas de textos breves podría
nuestro cerebro predisponerse a la atención; pero, pasado un tiempo, ya querrá
distracción porque la pantalla se usa más para esos fines. No obstante, para
efectos de investigación, comparaciones, búsqueda de datos y ahorro de tiempo,
sin lugar a duda la pantalla es más útil y versátil. Pero, no nos olvidemos de
un gran detalle: sea en pantalla o en papel, la lectura siempre va a demandar
atención y concentración (en este punto es muy recomendable la práctica del
ajedrez, ya sea a nivel competitivo o simplemente de aficionado, pues es un
juego de mesa que permite desarrollar la atención, concentración, memoria,
entre otras capacidades).
Los
estudios también revelan algo que es clave para la promoción y estímulo de la
lectura: los niños son más participativos y se involucran más con los textos en
papel. Y esto por una razón evidente: las generaciones recientes están
codificando sus cerebros con una mirada completamente lúdica y distractora
respecto a los dispositivos electrónicos. Y pese a que neurólogos,
psicoterapeutas y pedagogos advierten sobre el riesgo de exponer a los niños a
los efectos perniciosos de las pantallas (sugieren que no se los exponga en
absoluto a los menores de dos años, y después de esa edad que sea gradual y
siempre con control parental), los padres y familiares ofrecen a sus pequeños
la seducción hipnotizadora de las imágenes en pantalla, de manera
indiscriminada y por tiempos prolongados, creando una ansiosa dependencia y, en
muchos casos, una adicción cibernética, catalogada ya como enfermedad por la
Organización Mundial de la Salud.
Entonces,
frente a este escenario, resulta muy complicado y hasta contraproducente priorizar
la lectura en formatos digitales, sobre todo para niños y adolescentes, pues
estos no se concentrarán, y sus cerebros ansiosos pedirán otras opciones ajenas
a la atención y puesta en marcha de la creatividad. Y esto también es crucial,
ya que en plena videocracia, las pantallas nos llevan al sendero de la
pasividad mental y merma de la imaginación (por eso el teatro es una
distracción estupenda, porque no nos entrega todo servido como las series o
películas).
Leer
un libro impreso, al igual que una cata de vinos, es toda una experiencia
sensorial, que involucra no solo el campo visual, sino el olfativo, pues cada
libro tiene un olor característico; acariciar las portadas, algunas empastadas
y con letras en alto relieve, es una sensación muy sensual. Además, por
supuesto, de contemplar el producto acabado en un libro, que no es un objeto
más descartable sino toda una obra de arte perdurable. Se pueden coleccionar,
pues un libro en un estante no es una cosa inerte sino un alma vibrante que nos
conmueve con su presencia. Igualmente, gracias a los libros impresos hay
presentaciones y ferias, firmas de autógrafos, bibliotecas y encuentros. Es
decir, que el libro impreso contribuye a nuestra condición de seres sociales y
gregarios. Para cerciorarnos de esto último, de que la lectura es una
experiencia multisensorial y social, ¿qué preferiríamos? ¿Que nos escriban una
carta a través de un e-mail, o sentir el papel y ver los trazos de la persona
querida con su puño y letra? (En cuanto a la escritura, aunque sería materia de
otro artículo, los estudios precisan que es más ágil y rápido tomar anotaciones
en un dispositivo móvil, pero que hacerlo a mano ofrece ventajas a nivel de
conexiones neurológicas).
Hay
quienes dirán que los libros impresos son un despropósito para la naturaleza,
pues implica la tala de árboles para elaborar la fibra de celulosa de madera
con la que se hará el papel. Pero, ¿y qué hay del plástico y de todo el
material desechable que consumimos a diario, incluso proveniente del papel y
que podríamos evitar? La producción de libros sostenible se justifica en la
medida en que la lectura de libros impresos favorece a la concentración, a
promover el hábito continuo de la lectura y, además, son “objetos” perdurables.
No hay despropósito ni desperdicio.
Si
queremos motivar y promover la lectura en nuestros hijos y entorno, así como
para estimular cualquier otro hábito o actividad, lo mejor que podemos hacer no
solo es hablarles sino guiarlos con el ejemplo. Por eso la madre Teresa de
Calcuta decía: “no te preocupes porque tus hijos no te escuchen; te observan
todo el día”. Leer en familia desde un libro impreso es una de las mejores
maneras de promover el hábito de la lectura, el amor por el conocimiento,
generar un espacio de sinergia y encuentro entre padres e hijos, y
desintoxicarnos de tanto consumo digital.
Y,
como todo hábito, al principio será más arduo conseguir una alta concentración.
Por eso, al igual que si fuéramos al gimnasio o empezáramos con una actividad
física, se deberá realizar por breves intervalos, y de una manera dinámica,
intercambiando los roles de lectura en voz alta (con nuestros hijos que ya
leen, y con los que todavía no, permitir que ellos interpreten las imágenes con
que vienen diseñadas los textos para niños), y progresivamente aumentar la
cantidad de tiempo destinado a la lectura y la dimensión y complejidad de los
textos, procurando que sean del interés de nuestros hijos. De esta manera
lograremos germinar el hábito de la lectura y les daremos el mejor regalo que
un padre pueda entregar: tiempo de calidad, dedicación, lectura y amor.