Por Nando Vaccaro Talledo – Diciembre 2016
Chespirito sigue iluminando nuestra imaginación, ahora desde el cielo.
Su genialidad trasciende fronteras y generaciones. La calidad de su arte es extraordinaria
y universal, pues fue un artista que sobre todo pensó en su público.
El 28 de
noviembre del 2014 Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” dejó de existir. ¿En
verdad dejó de existir? Los grandes genios de la humanidad nunca desaparecen, porque aunque físicamente ya no estén con nosotros, ahora es una
estrella más que ilumina el firmamento.
Este artículo
no tiene como propósito seguir redundando en los lamentables contenidos de
programas sin escrúpulos, emitidos por casi todos los medios de comunicación
cuando la muerte de Chespirito, que convirtieron al chisme y el escándalo en protagonistas
estelares, dejando en el centro de una inesperada tormenta a Florinda Meza, en
vez de solo ponderar la trayectoria, el enorme talento y ese gran genio que ha
sido y será por siempre Roberto Gómez Bolaños, el legado de sus obras y el
reconocimiento a uno de los elencos actores más memorables de Latinoamérica,
que él mismo agrupó y dirigió.
No. Este breve
espacio no caerá en ese juego deshonesto ni encenderá la morbosidad de nadie
para picotear como aves carroñeras en pleitos y enemistades que no nos incumben
y que ya es hora de que sean soterradas. Este texto se orienta a evocar la
herencia artística que nos deja Chespirito, para que lo sigamos disfrutando y
recordando desde las entrañas de nuestra nostalgia pueril.
Muchos son los
jóvenes, adultos, padres y hasta abuelos que disfrutaron de las ocurrencias de
El Chavo del Ocho y del Chapulín Colorado, y que se preguntan “¿por qué los
niños y adolescentes ahora ya no lo ven?” Pues principalmente por dos motivos:
porque con el tiempo han aparecido nuevos espacios televisivos de
entretenimientos (y novedosas opciones tecnológicas de diversión) lo cual es
lógico e inexorable; segundo, porque se permite que los menores vean programas
incitadores del morbo en todas sus dimensiones, y sobrevaloran a inexpertos y mediocres
personajes que en nada se relacionan con el teatro, la dramaturgia y en definitiva
con ninguna vertiente artística, y son estos “remedos de personajes”, inventados
y potenciados por la industria del espectáculo (aunque deberíamos quitarle la
tilde y dividirlo en dos palabras porque eso es) que solo persigue el lucro,
quienes lamentablemente se convierten en referentes
para los más pequeños, haciendo creer que para ser aplaudidos y ocupar un lugar
en el corazoncito del espectador los requisitos son ir al gimnasio, ingerir
esteroides o sustancias antinaturales para conseguir cuerpos extravagantes y
recurrir a cirugías estéticas sin miramientos; además, como ya sabemos, de
desprestigiar al conocimiento y todo lo que tenga que ver con la educación y el
desarrollo intelectual.
El Chapulín
Colorado, pequeño, endeble y desgarbado (pero audaz y diligente), no necesitó
intoxicarse ni fingir ser algo que no era; precisamente el encanto del
personaje estaba en su transparencia y sentimientos, propios de cualquier ser
que se muestra como es. Por supuesto, parte de un recurso de humor era
ridiculizar indirectamente a los héroes tradicionales anglosajones de
condiciones suprahumanas, con súper
poderes y fuerza descomunal, que salvan a una o dos personas, pero destruyen
medio mundo.
Ya no nos
sentamos con los más pequeños para disfrutar junto a ellos del irreverente
doctor Chapatín y del histrionismo inigualable de Ramón Valdez; ya no
corroboramos ni les enseñamos a nuestros hijos que sí es posible producir
programas televisivos de calidad para toda la familia, y que no hay en absoluto
necesidad de recurrir a groserías u obscenidades para hacer reír a un público.
Para quienes tienen
como única meta usufructuar con los contenidos que emiten la televisión no les
importa si la sociedad se sigue deteriorando moralmente, pulverizando los pocos
valores que se muestran en t.v. Hoy en día la consigna está clara: el fin
justifica los medios. La mayoría de
medios (en todas sus plataformas) presentan contenidos ramplones, que no apelan
a la inteligencia de los televidentes o lectores sino todo lo contrario. Chespirito,
con sabiduría, respeto y sensatez, supo crear personajes autónomos y no burdas
imitaciones; ocurrentes pero no insolentes; graciosos pero no grotescos;
divertidos pero no estupidizantes. Incluso las parodias a diversas y
variopintas personalidades de la Historia (Cristóbal Colón), de la literatura
(El Quijote) o hasta bíblicos (Sansón) no se extralimitan ni ofenden las
culturas o creencias de las personas. Por el contrario, los sketches despiertan el interés por
querer saber el origen verdadero de esas versiones, de esa intertextualidad (en término de Bajtín), que a Bolaños sirvió como
fuente de inspiración.
Sólo un genio
como Chespirito pudo haber instalado tantos escenarios, creado diversos
protagonistas, redactado innumerables guiones, interpretado muchos rostros y,
añadido a todo eso (como si fuera poco) dirigido y producido sus magistrales
obras, muchas de ellas emulando las condiciones propias de una puesta de
teatro, en donde el arte de la actuación, la expresividad y el incentivo a la
imaginación tienen su cumbre máxima.
Gracias a la
tecnología, en especial a internet y en particular a Youtube, podemos seguir eligiendo y disfrutando de toda la magia de
Chespirito y compañía. Por eso, era menester recordarlo a través de estas
líneas, en las que cada lector habrá podido evocar algún episodio que lo enlace
con una etapa de su vida, y como estos programas influyeron positivamente en su
infancia.
Ahora es
compromiso de cada uno de nosotros con el arte y la cultura de la humanidad, y
en agradecimiento al hombre que pensó más en su público que en el dinero y la
fama que su trabajo podían generar, agregar a nuestra agenda semanal de
entretenimiento algún programa de la variada carta que nos ofrece Roberto Gómez
Bolaños (y desterrar de una buena vez cualquier transmisión de inicua
influencia). Dejo de escribir y doy play al
genio de Chespirito (¡eso, eso!).